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En el piso

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La incomodidad parte por el estómago. Me perdí. La perdí. No está. No estuvo. Ahora camino sin rumbo. Con un destino incierto. Y vuelta entonces al sendero que tan lejos no terminó. A aquello que eternamente fue la vida. La de siempre. La real. La que no cambiará por mucho que se pida. ¡Qué historia! Cuando buscas tranquilidad los pisos candentes atormentan. Las llamas mismas no te sueltan. No dejan escapar. Se aleja la sonrisa. Una persona queda confundida entre miles más. Golpes. Insultos. Como si sentir no importara. Como si buscar y buscar no desgastara. Cansancio. Cúmulos de pensamientos que aplacan la voluntad. Los deseos de estar. De Ser en el corazón de una persona. Y afuera la clandestinidad golpea las puertas y pide abrir las ventanas. ¿Qué hacer? ¿Lo de siempre o lo original? ¿Llevar los latidos a las montañas o vivir como en una ciudad? ¿Sin sentimientos? ¿Sin emociones? ¿Sin amor? Intento ser de un clan . Lo prometo. Como destino sería id

La excelencia

Se unen. Confluyen. Conjugan. Tiempo, moral, culpa. Alegría, viajes, libertad. El deseo inconcluso que busca ser realidad. Sin agitar la vida tal cual está. O cambiando ésta de forma radical.   Ahí está. Constante. La pena. La rabia. La ansiedad de lo que no se logra ver. Ni alcanzar. Es el apuro. La inculpación colgada de la espalda. Ver a las personas cercanas solo pasar. Creer que nada ha sido cierto. Que se quiere, pero no se entiende. Que se desea, pero no resulta. Que la vida sirve solo de sobrevivencia. Que aquello que adapta se sabe usar. Saber caminar entre las calles y urnas de llamadas. Y solo. Desacomodado. Contrariado. Con sueños y sin educación. Con alma y sin capital. Con las manos atadas en el aire que pasa. Sin ver nada propio. Nada que pueda perdurar. Tenerla sí a ella. Natasha. A él, papá. Para ellos armar la fortaleza. Alcanzar la cúspide y la realidad. Llevarlos a sus sonrisas. Para que puedan respirar. Para que duerman en sábanas tranquilas. Bajo

Obediencia

La obediencia es el suicidio mientras aguardas que llegue el sol a los rincones donde descansas tu vida. Y ésta nunca la entenderás. Nunca porque no está hecha para entenderla. No para ser comprendida. Solo está para llegar. Arribar donde sea y en todo lugar. Mientras mirar a la cara a los esclavos prósperos revienta el estómago. Ver sus corbatas de mal gusto y el tono de poder que nace de sus patéticas y pequeñas oficinas. Son nerds, pero no son inteligentes. Solo miran las cuentas cada mes. Solo engullen carne y lavan sus dientes. Mantienen a sus hijos y les dan de comer. Un día la política dice que se es mayor a los veintiuno. Luego a los dieciocho. Luego ya nadie sabe qué es crecer. Todos tiran antes de los quince. Aman por primera vez a los dieciséis. Llevan sus parejas a sus propias piezas porque toman en serio su vida. Porque beben cuando tienen sed. La obediencia no es natural. Nunca el sol enderezó los árboles. Los dejó crecer, morir y liberarse. En las calles

Víspera de carnaval

Se viene a la mente ese viaje. Uno de los pocos. Los veranos “comunes” del norte chileno. Entre las selvas bolivianas. O la ruta Puno – Machu Picchu. Que, espero, hayan asfaltado. Lo que es probable, a estas alturas, dado el crecimiento de Los Pumas peruanos. O Los Cóndores de la segunda década del XXI. Extraño es que las selecciones de rugby de Argentina y Chile llevan los mismos nombres. Pero bien. Apenas trabajé un mes en la bodega de mi padre. Que era nuestro patio –además-. Casa en la cual también el living-comedor fue una bodega. Y él accedió a pagar de sueldo justo la plata que requería. Típica clase media entero de esforzada de la sociedad nortina chilena. Un amigo –Claudio Fernández- se unió al viaje. Puso menos plata. Pero era talento seguro. Sabría viajar. Y, por supuesto, yo no imaginaba pasarla mal. Ya en la terminal, dos piteadas al caño y emprendimos a Cochabamba ( qhucha=lago y pampa=planicie. Quechua) . Una urbe boliviana. Atravesando Tambo Quemado en el

Aceptación

Sangre y lluvia. Más de lágrimas que de ideas. Enclaustrado. Aguardando el valor o la valoración. Perdido. Habiendo perdido una vez más. Otra burbuja que revienta sola. Sin final. Sin llegar a perdurar. Bajo. Sin espíritu. Confuso y entristecido. Deambulando en áridos terrenos morales y sensitivos. Sin respuestas. Sin coherencia en la reciprocidad. Desarmado. Desalmado. Donde la inteligencia no basta para leer el corazón. ¿Por qué simplemente puede no afectarme que no sea una vida ideal? ¿Tuve alguna vez acaso una existencia idónea? Pregunto… Como si me importara… Como si me pudiese alegrar… En un loco y extraño mundo ajeno e individual. Algo no ha cambiado. Nada es una eternidad. Y así entonces no hay pertenencia. Nunca hubo. Ni en la cuna. Ni en las calles. Ni en la vida laboral. Y aun así no logro asimilar mi desprendimiento. No puedo –siempre- respirar.          

Sueño

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Que no coman las hormigas

Sé dónde ocurrió. Fue en el carro de un metro-tren. En una urbe costera. Llena de personas. Esclavas y las demás. Pasó cerca de la ventana. Chocó con una dama. Pidió disculpas. Se sentó. Esperó. Y bajó tomando su celular en la estación más solitaria.   Avanzó. Él. Necesitado de alivio. ¿Necesitado de alivio ahora que siente de verdad? ¿O que se da cuenta de aquello? De que siente. Y que tal parece es muy real. Y se pregunta, ¿nadie merece acaso la propia pena? ¿Acaso nadie puede hacer que se sienta mal? Quiere perdurar en el aire y en el jardín. Debe ceder y a veces aguantar. Aunque duela delante de la espalda. Entre las costillas y la garganta. Dejar que incluso le puedan pisotear... el jardín. Y eso es muy extraño. ¿Real o irreal? –Vuelve a preguntar-. De hablar su historia solo estaría otra vez. Y no quiere. O sea. ¡Aún puede todo esto conservar su magia vital! –Cree- Quiere creer. Desea que sea verdad. ¿Amor y dedicación? ¿Pleno tiempo? ¿Adoración, bellez

A mí estrella

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Disculpas debo. Mil disculpas a la fuente de mí amor. Solo no estoy dice el sol. Y tiene mucho de razón. Hace ya un gran tiempo que camino junto a su corazón. Así entonces declarar la soledad ha dejado un sinsabor. No ha de ser correcto. Menos aún certero. ¿Cómo solo si voy de su mano? ¿Cómo triste sin con ella soy feliz? No más silencios. No más prisión. Soy de su vida y vivo de su amor. Felicidad. La he buscado y la he encontrado. Brilla como sol sobre el mar. Una luz irradia de su rostro y corazón. Sonríe para mi vida. Me abraza y obsequia calor. Así entonces la soledad es un misterio. Un mito alojado desde historias de encierro. Una errónea verdad que debo yo soltar. Dejar ir y dejar volar. Luego tomar y no soltar jamás esos pequeños brazos que estéticos se mueven. Que calman mi espalda. Que me hacen expulsar dosis de alegría. A esa mirada pertenezco. A esa piel que sabe a miel. Al deseo que surge del corazón. A sus sueños que claman compañía. A nuestro destino. A la

Formas de decir-lo

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Hoy me preguntaron si era feliz. Si estaba enojado. Si me encontraba cansado o acaso estaba enfermo. ¿Qué rostro es el que tengo? Bajo escaleras. A nadie veo pasar. Muevo mis ojos y mi boca. Pretendo así participar. Creo vivir. Pero me gustaría de otra manera. En otro lugar.   Subo escaleras. Me remito a observar. Pero nunca escuchar. Leo. Escribo. Creo a veces temblar de agonía. Y eso que he dejado de fumar. Huyo. Me adapto. Odio e ironizo. Nada recuerdo. Todo llego a olvidar. Vida no tengo. Solo personas que respiran. Que a veces están. ¡Felicidad! ¿Qué es eso? ¿Una fruta que pueda comprar? Sí, muy feliz me encuentro. Enfermo estoy de alegría pasajera. Estar cansado aborrezco. Corro. Salto. Golpeo. Sudo en el rostro. Veo personas escapar. Muevo mis ojos hacia atrás. Me excluyo. Me oculto. Retrocedo. Vivo. Muero. Vuelo por escaleras. Veo rostros e injurio sus miradas. A nadie oigo. A veces a mí papá. Tiemblo de noche. Sigo así de día. Dejo las píldoras y demás drogas. M

Vacíos

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Situado. A pura pelea. A puro reclamo. De calmo nada. Tenso en horas claves. Declamando funcionalidad. Demandando atención, cariño y amor. Nunca tranquilo. Apestado de la urbe. Memorizando hasta los ruidos. Queriendo salir por cualquier puerta o ventana. Deseando llegar a un lugar con sol y brisa de mar. Donde sonría. Donde por más de tres días se pueda ser feliz. Se pueda al menos aspirar a vivir. Solo hoy. Así. Tal cual. Sin nadie en quien confiar. Sin personas a las que se pueda molestar. Sobreviviendo. Nada más. Respirando, sí, por inercia. Por costumbre cultural. Y por necesidad biológica. Miro y nada hay. Solo vacíos departamentos. Una luz que brilla desde el mar que cautiva lo que pueden ver mis ojos. Y miro más allá para encontrar lo que deseo. Y sin embargo las personas guardan sus cabezas. Se ocultan. Abandonan. Dejan que se transite por la vida con una suerte individual. Y así a nada pertenezco. A nadie. Solo a una historia. A un destino que nunca terminará.

Esclavitud

Un nuevo estreno en la arena de los deseos. Otro paso de amor. Otro juego. Otro impúdico momento de seducción. De lasciva libertad pura. De ansío violento. Un acuerdo. Un contrato de pasión que da alegoría a los cuerpos. Que deja la mente explotar. Que las neuronas ardan. Que se quemen hasta las venas. No es rapto. No es trasgresión. Es esclavitud. Es el sometimiento del calor. La sumisión de la libídine al placer de manos y objetos. Y está ella habiendo sido antes imaginada. Medio silente. Medio ansiosa. Sabiendo que algo le pasará. Lo cual no quiere evadir. Sino disfrutar el fuego de su destino. Otro episodio de sus sueños.   Obediente. Deseada. Saboreada hasta más allá de su piel. Utilizada en desenfreno. Atada en sus manos. Apretada a la pared. Manoseada en su espalda. Mordida en su cuello. Empujada en sus piernas y su cintura. Natasha gime y se contornea. Sufre pero no escapa. No puede observar. Solo puede sentir y experimentar. Es una cautiva. Una pre

La noche de las sensaciones

El segundo rapto de su vida. El recuerdo del primer rapto de su vida. Misma víctima. Misma victimaria. El plan urdido para amar. Para romper el cuerpo del otro. Como si quisiera estar dentro. En medio de la vida. Entre sus fluidos. Sus olores. En el eco del sonido que emana de sus bocas. Niña que se viste de leona. De sedienta vampira. De mítica pareja que clava su marca en el corazón. Que ordena. Imagina y crea iluminada por la baja de luz de la ventana. Envuelta en música para la ocasión. Deseosa. Deseada. Llevada por el fuego interno que da color a su pelo. Seguida por la mirada, el cuerpo, la pasión. Por el respiro acelerado del feliz torturado. Con las manos bajo prisión. Rapto de dolores distintos. De ceguera extasiada. De múltiples muertes pequeñas. De olor a pelvis. A entrepierna. De espaldas sudadas sin frio que las pueda cortar. El mágico juego de sexo. De seducción. De amor infinito. Del ingenio fogoso de extremidades libres. De mentes ideales. Incomprendida

Permanencia

Son más un cúmulo de incomodidad y alegría. Sentidos que viajan. Oscilan. Se despliegan y desplazan entre recovecos corporales. Se huye. Se escapa. Se entrega el corazón y se repliega la sangre con la irresolución. La vista fluye a varios puntos a la vez. Necesita de la atención. Del cuerpo sin abandono. De la entrega absoluta sin condicionantes ni consecuencias. El amor que se deja ver y se oculta entre sombras de hormigón y cemento. Entre las calles de la ciudad. La insatisfacción es la norma. La obsesión por contar con los deseos. Por ver realidad los sueños. Porque cada rostro fije su mirada donde quieres que vean tu propia vida. Me carga el abandono… Me seduce la imaginación…

Tiempo extenso

Los días están pasando muy lentos. Se hacen largos. Se extienden más de lo que recuerdo. Ya he hecho mucho y aún queda tiempo. Y me latea esta rutina. Me apena no viajar. No sentir viento en mi cara. No mirar desde distintas ventanas. Todo ya debiese terminar. No durar más de lo que satisfacción produce. ¿Acaso he de hacer otras cosas sin placer? ¿Sin la plena vocación? ¿Sin sentir que pongo alas a la espalda? Aletargo. Alienación. Aromas que ya no aguanto. Colores que es preciso variar. Espacios demasiado transitados que no cambian ni producen magia. Que solo se adaptan. Que solo funcionan para hacer lucrar. Me extingo. ¿Cómo ha de ser tan costoso respirar? ¿Es mucho pedir querer ser feliz?

De piscis a acuario

Si de Era se trata. Los cambios se advierten. No quiero latear con el desastre globalizador. O con la alineación de los planetas. Sino relatar el estado mental. La sensación corpórea. Las ganas de cambiar casi todo de la vida. Menos la piel de Natasha. Menos su corazón y su sonrisa. Eso jamás deberá cambiar. Así se percibe. Con la alta tensión de la urbanidad. Con la calma incoherente con la vida de la ciudad. Con seres humanos desgastados. Individuales. Deseosos de material. De lujuria y estratégica descomposición. No interesa la moral. No me interesa la moral. Sí las malas artes. El pésimo gusto. La falta de ideal. Y las simples carreras que devienen en el dinero que vas a ganar.    El estómago se queja. Cada mañana. Cada nuevo día de extraña luminosidad. En los respiros no hay respuestas. Aquejan los mentados deberes. Las ansias de llegar. De hacer lo que se quiere. De contar con el deseo tangible al momento de ser éste parte del cuerpo. Del corazón y la mente. ¿Será que n

Arribo

¿Y dónde está la mentada tranquilidad? ¿La satisfacción y la seguridad? ¿Y no es acaso que salir de la ciudad te permite respirar? ¿No debía ser un retorno colmado de energías? ¿Cómo entonces, lejos de eso, llegó a ser solo un cúmulo de sangre que pide expulsión? ¿Que viene a liquidar? Escapando de llantos soñados. Imágenes neuronales que vaticinan magros instantes vitales. O quizás también la urgencia vital de plena alegría. De dosis diarias de prosperidad. Y así despertar helado. Golpeado. Sangrando de forma invisible. Con miedos. Torrentes de preguntas. Culpas que batallan a las respuestas. Malestar estomacal. Asumiendo la presencia de un enfermo. De un ser que aún no puede salir corriendo. Que no logra pedalear. No como Ariel Roth [1] , a lo menos. Lo que grave se torna en la urbana actividad. Paralelo es cierto brillo de sol de verano. Fino como el reflejo del mismo en el mar. Una luz y un abrigo. Un polerón vitamínico. Una voz segura que milenaria repite

Palabras del corazón

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Qué haría yo sin su sonrisa. Sin su belleza. Sin ese entorno estético hermoso que deja por cada lugar que se desplaza. Llevándose todas mis miradas. Mi vista eterna puesta en ella. Mis ojos que brillan al seguirla todos los días. Durante toda su vida. Ella es mi Natasha. Mi Natashita. La niña más hermosa que habita en la tierra y fuera de ella. La mujer de mis sueños. De mis deseos más bellos. ¡Cuánto la quiero! Su piel es un jardín de aromas apasionantes. Atados a la suavidad que solo ella logra poseer. Es una dama de danza cósmica. Más bella que todas las estrellas. Más linda que el mismo sol. Más brillante que la luna. ¡Cuánto quiero yo a Natasha! Se ha transformado en el amor de mi vida. En la única mujer que no quiero nunca soltar. En la musa de mis viajes. Mi compañía en hermosas mañanas. Unida a mi alegría. A mí felicidad. A mis ironías y mis tristezas. Toda una vida quiero yo pasarla con ella. Qué haría sin su sonrisa. Sin su felicidad esencial. Ese

Fastidio de ciudad

Cómo un solo paso fuera de la pieza puede llevar a querer dejar todo e irse de este lugar. Ver escupitajos en medio de patios de comida. Hombres esparciendo bacterias en medio de gente. Perros que rozan su cuerpo con las piernas de las personas para aliviar su tiña. Seres que pretenden estudiar. Que no entienden lo que oyen. Que no les interesa realmente aprender. O siquiera algo lograr en su miserable vida. ¡Qué lata! Quiero salir de este lugar. Quiero estar fuera de este espacio ajeno. Donde se jactan algunos de oír las malas artes de Chayanne [1] . Como si aquello fuese la gran virtud de sus decadentes oídos. Y lo hacen hasta de mala forma. Queriendo molestar a quienes –como yo- tenemos cierto gusto y cierta dignidad. Son una lata. Son una molestia en la vida urbana. Llenando sus escritorios de imágenes de Jesús crucificado. Sin saber siquiera la historia de ese proceso. Menos la veracidad de un virtuoso como él. Prendiendo velas con aromas para que no les vaya m

Contracultural

¿Qué cosa es aquello que te obliga a actuar sin deseo, sin placer, sin la mínima injerencia de la vocación. De la alegría y la virtud? La decadencia… ¿Cómo entonces no ha de ser maldita la fuente de los pecados, mencionados como tal. La alegoría del martirio. El ofrecimiento eterno de “la otra mejilla”. El amor a tu enemigo. La pretensión de celibato. La inmoralidad de la prostitución? El catolicismo… Que claro quede en las miradas, corazones y reflexiones. De Jesús como persona histórica la mejor de las opiniones. Del Cristianismo. De Roma. Del vaticano... la peste de la urbe occidental… Que muera el Papa. O a lo menos que reconozca su indecencia. Y qué… Es como todo… Hay cosas que ni que… ¿Tengo o no tengo razón?

Inflexión

Basta. De sentimientos y emociones. Entiéndase. No basta de sentirlas. Sino de hablar de ellas. No más. Solo conocimientos y reflexiones han de bastar. Ironías. Críticas. Desencuentros y desavenencias. Los sentimientos para mi vida. Para mi amor. Para mi familia. Sea cual sea ésta. A cada tanto se hace plausible un alma alocada que busca honestidad y grados de libertad. Un estado único y duradero. Relajo corporal y caos mental. Desorden que no involucra inseguridades. Sino más bien la complejidad de la cotidianidad. Entonces se trata de Ser. No tanto de estar. Imagino cómo terminar con los equilibrios. Cómo llegar a un espacio urbano-mental que permita retirarme de las personas. Alejarme de todos y de todas. Menos de quien yo quiero. Evitar palabras y evitar miradas. Evadir todo juicio en tanto no los genero. Disfuncional. No hacer tal cual lo hacen los demás. No estar donde ellos. Ser individual. Autónomo. Incrustado en una vida pasajera que no advierte su buena fortuna.

Hoy es 05 de septiembre

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La memoria saca pedazos de la vida. Y éstos duelen al salir. Era imposible que olvidase una fecha como hoy, 05 de septiembre… en el gregoriano. El día donde di uno de los saltos más grandes de mi vida. Y no hablo de pasar de una situación a otra, sino de un salto real. El día que despegué los pies de la tierra de la forma más feliz que puedo recordar. Me tiré sobre el cuerpo de unos compañeros de curso –en aquel entonces- y junto a ellos viví un par de minutos de alegría eterna. De orgullo pleno y de frenética inseguridad. Cómo lo iba a olvidar. Hace quince años un par de amigos   me sacaron de una sala de clases para llevarme al patio del colegio a festejar. A saltar. A que yo saltase de alegría. Y lo hice y lo recuerdo hoy en mi vida. Fue igual que ahora. Con algo de calor y muy poco sol. Pero un vasto universo que explorar. Fue hace quince años. Exactos. Plenos. Ausentes. Quince años de perdida compañía. De consejos mudos. De cuidados del corazón. Pero nunca en presencia re

Caída

Nuevamente cae. Como agua sobre tierra seca. Como nube que rodea una ciudad. La pena infinita. La sombra oculta de la soledad. La eterna fiel compañera. Como las bicicletas. Como el mar. ¿Por qué no tendré alguien para confiar? ¿Dónde está la silueta que mira tan lejos como yo? ¿Que siente el aire en el rostro como la afirmación de libertad? Cae el cuerpo otra vez. Cae lejos del camino. No da un paso más. Solo se instala bajo un árbol. Buscando pensar. Buscando recordar. Mira y nada ve. Ve todo tan lejos que nada se presenta. Y se va a la niñez. Al drama eterno de la adolescencia. A la crítica adultez. Al futuro en medio de tinieblas. No resisto más una caída. Y mientras tengo que –además- oír a estos weones [1] . Mal… [1] Indeseables. Gente que mata mis ganas de soñar. Esclavos más incultos que yo en medio de un proceso donde creen ellos progresar. Mal. Me caen mal. Me apesta ver sus caras. Me latea oír sus palabras.