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Mostrando entradas de marzo, 2013

Trayecto

Fue en el tránsito de los años 70 a los 80. Primer semestre del año. Abril caluroso aún. En la mañana. 09:15 horas. En la maternidad de la ciudad. Instalación acondicionada para un parto funcional. Salud pública. Eficiente y fría. Una madre solo con su pareja. Lejos de su familia. Joven. Con miedos y preguntas. Feliz de algo. Inocencia total. Dando a luz al hijo de un desprendido, displicente e inseguro hombre urbano. Un sobreviviente. Solitario. Un nómade de ciudades buscando estabilidad física y mental. Ya está algo cansado. Quiere tranquilidad. Pero no sabe cuidar de una familia. Nace su segundo hijo. ¿Esta vez criará? Sin fuerzas para una familia nuclear. Menos para una extendida. Un clan de ciudad que prospera en un lugar. Que se educa, se apoya y no se deja. Corren los años 80. Y es dictadura militar. País extraño. Apagado. Sin conciencia. Sin irreverencia. Sin cultura. No al menos, arte nacional. Un olor a libertades sofocadas. Una ciudad limítrofe.

La crítica social

Lleno de pocas personas. Acumuladas ellas. Todas. Yo igual. Conglomeradas en un espacio pequeño. Oscuro y suave. De madera. Viejo. Chico. Acondicionado. Con onda. Lindo. En medio de la música que no todos bailan. Buena música. Bien hecha. Con alma. Electrónica. Genial. Nada trascendental en este lado del mundo. En esta dimensión de la vida. Pero trascendental en el otro lado. En las otras dimensiones que no conocemos. Que yo no conozco. Que nadie ahí conoce, supongo. Las personas bailan. Se miran. Toman y fumarían cigarros, pero ya no pueden dentro de un local. Marihuana no fuman porque es ilegal. Y casi todos lo hacen de igual forma. Afuera. Adentro sin que se vea. Hay unas doscientas personas. Circulan. Unas entran, otras se van solas o con pareja. Andan flotando en la urbe para no lamentar más. O para ir más allá del lamento. O para participar no más. Para sentir que conocen gente, pueden tener amigos y –en una de esas- una persona se enamora de ellos. N

Citas estratégicas

Aun con eso teníamos nuestros momentos. Pocos. Vagos. Muy aislados. Éramos irónicos y burlescos ambos. Y, en ocasiones, nos reíamos de defectos y tragedias de otras personas, de vecinas y señoras que mi mamá conocía. Pero lejos la mayor satisfacción de mi madre, aquello que podía hacerla olvidar mi más profundo insulto, mi más radical cagada, aquello que hacía que incluso me diera plata, era la presencia de una niña. Una amiga. Una polola. Lo que fuera. Cada vez que estuve en compañía de una mujer cambió el concepto de mi madre hacia su hijo. La motivaba. Se alegraba. La ponía hasta buena onda y una gran amiga. Me daba permisos y dinero para gastar. Increíble. Resultaba asombroso ver su cambio de actitud frente a una preadolescente. Se transformaba y, a mí, me arreglaba todo el panorama. Con el tiempo esta situación, obvio, se convirtió además en una estrategia. Yo, para poder salir con plata, inventé muchas citas.     

Espectral...

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Emerge dragón al inicio de la vida de otros. Llamado estás a motivar los inicios. Plasmar de forma real el sueño de alguno que respire. Que se digne a comenzar el sendero mágico de una vida externa a la urbe. Sobre las estrellas. Siguiendo una guía desordenada. Ajeno a lo oficial. Espectro de un desconocido conocimiento. Donde se encuentra la prodigiosa estancia de una existencia plena. La absoluta alegría. Más física. Mental. Íntegra. Rodeada de compañía. De viento y naturaleza. Crece e inhala. Sube al canto de la marea. Cae y vuelve a soñar. Parte la propia vida. Deja por el suelo la mitad de cerebro que quiere pensar. Ve dragón. Lleva a tu mano cada partícula de aroma. De piel que te ha de acompañar.