Invierno (2015)

Alberto Fuguet 

Un bello perdedor surge en toda urbe, en toda ciudad. Sobre todo en una como ésta, la ciudad que se ve en Invierno, tan elegante, tan solitaria, tan brillante por la noche, tan suave por la mañana. Esta ciudad que se mueve al ritmo de un libro, lenta como las hojas que pasan.
Mirar lo que hace Fuguet hace bien. Meterse en su mentado planeta conmueve, cautiva. Uno entra a un lugar particular, una galería, un set. Te ubica en la urbe, la del, en las calles de sus emociones y su socialización. El tipo es completo: narrador, escritor, cineasta: autor. Es bueno narrando, creando, haciendo el arte que ve, el arte que es su vida, el arte que va con él. Elogios por eso entonces, porque lo hace bien. ¿Por qué? Porque hay que respetar a quien lo hace bien. Lo consume hacerlo –hasta le debe doler- y lo sigue haciendo bien.
‘Invierno’ es una dosis concentrada de creación fuguetiana. Él compite consigo mismo, eso lo hace avanzar. Quien conoce algo de su obra, verá en la película una de sus novelas. Como siempre pasa, no importa en qué formato, escribiendo o filmando, este autor diseña su realidad, esparce su cultura, el habitus que lo habita, crea y recrea vidas para asegurar su sobrevivencia.
El filme trata de la amistad y de las relaciones entre amigos-conocidos-desconocidos, también de la familia y de las formas de querer, de preocuparse por una persona cercana. Se centra en la relación entre dos amigos y su particular amistad, una relación directa y excluyente, una amistad de dos tipos solos, dos personas con gusto por el arte y por la soledad. Y cómo uno de ellos, al suicidarse, se convierte en un fantasma para el otro, también para el resto de los amigos y para su familia.   
Invierno es a ratos Velódromo (2010). Jose Quijandría (Pablo Cerda), en una de sus caminatas, se sienta en una banca de la plaza, lo que es todo un homenaje a Ariel Roth. Es también, a veces, Por favor, rebobinar (1994), por la forma cómo se relacionan los personajes; quienes se conocen, se reúnen a veces, al menos se ven, pero no se conocen tanto tal vez. Invierno es concepto de soledad y fuga. Es herencia de disfuncionalidad familiar, educativa y cultural. Una piel que se acoraza con la individualidad de quienes viven un invierno en su vida, con la necesidad de cariño que poseen o con las pocas ganas de vivir que tienen, pero sin la valentía para ir más allá. Gente que teme a vivir, que teme hacerlo bien o hacerlo mal o hacerlo tal vez bien-tal vez mal. Personas heridas. Individuos de agencia divergente y densa sensibilidad. Lo sucedido con Alejo Cortés (Matías Oviedo) es lo que debió pasar con Alberto Fuguet después de publicar Por favor, rebobinar, creo.
Uno que lo leyó crecer, o que creció con él, advierte en su obra actual y vigente a un representante del más grande canon nacional. Hablo con objetividad. He aquí un grande, uno en serio. Ha hecho de su vida un arte. Eso da esperanza. ¡Puta que da! Convierte su espacio cotidiano en el más estético e interesante arte. Y porque, además, lo hizo siendo hijo de un depredador capitalismo latino-occidental-chileno. Fuguet captó aquello que lo quebró (que lo sigue quebrando) porque se aferró a la única forma que tuvo de sostenerlo: lo escribió. No muchos han de hacerlo, en cualquier disciplina muchos no han podido o se han atrevido. Respeto por eso entonces, obvio. Le dio pena vivir –de hecho lo cagó- pero no se mató. Se quedó e hizo bien en compartirlo. Nos salvó.
Cada vez que leo-veo algo de este señor, percibo lo que sintió Johnny Marco (Stephen Dorff) cuando baja de su auto en el final de Somewhere (Sofía Coppola). No sé bien cómo explicarlo, solo entiendo lo que pasa. La Coppola y Fuguet, por ejemplo, han sabido reflejar aquello. Un instante de solitaria esperanza. Ellos –y sus personajes- tienen esa profunda mirada perdida de quienes no se pueden encontrar. Y lo han hecho de una forma excepcional, estética, inteligente, cautivante. Sus gargantas aún sostienen el miedo que produce ser un humano en el liberalismo. Cualquier chileno, con un leve gusto por caminar, leer y pensar, lo nota. Por eso es bueno Fuguet (y la Coppola), porque se bancó la época y lugar que le tocó vivir, y los convirtió en una obra honesta, franca y rigurosamente realizada. Por eso es buen autor, porque es un representante de su contexto, de su cultura: un individualista. Como, tal vez, una gran mayoría de los que aquí (digo Chile, Latinoamérica) habitan.
Lo bueno de todo esto es que –aparte de su trabajo como cineasta- como escritor, en Fuguet se aprecia la construcción social de un grande como Parra, Neruda, Donoso, Mistral, Rojas (y eso que esto es una crítica de cine), otro que relató su propia vida, su propia era, que no imitó, que no siguió nada, usó el lenguaje que tenía, lo que podía, aquello que le sirvió para respirar. Alguien que se instala junto a monstruos de la literatura tranquilos en su época y con gloria asegurada. Fuguet está caminando, todavía está. Hace poco se fue Bolaño. Si hay que respetar a un referente presente, un grande en vida, éste es digno de admirar. Fuguet no va cambiar, le va dar miedo irse, se atrevió a crear, va perdurar.

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