Viva México
México es bello, grande, ordenado, limpio; lento, pero constante. Que yo no me maraville tanto es otra cosa. A estas alturas mi actitud permea todos los lugares donde estoy. Y aunque estoy en Coyoacán y es mi primera vez, no estoy del todo deslumbrado y menos completamente feliz. De todos modos, estoy viajando. Simple, transcendental.
Comenzó con una idea y una invitación, no el viaje, sino el proyecto con el que viajamos. A la Nati se le ocurrió, a Emilio le pareció y apañó. Ellos se acercaron. Antes de eso no los conocía. O sea, los había visto, escuchado, les tomé atención en un coloquio anterior donde expusieron. De hecho Emilio criticó los resultados de un estudio donde yo trabajé. Me lo tomé a bien, me divirtió. Me hizo sentirme parte de una comunidad. Les dije que sí, obvio. La idea es genial, ellos son doctores –yo no- y podré trabajar lejos de mi carrera. Fue una apuesta. Había que postular. Lo ganamos. Bueno, la Nati lo ganó. Es buena para eso, para adjudicarse los proyectos.
La idea es evidenciar la interculturalidad mediante el interdialectismo, esto es, la mezcla de modismos y dialectos hispanohablantes entre personas de distintos países y culturas que habitan este territorio. La Nati es lingüista, alucina con la forma de hablar de las personas. Emilio es de historia, es amante de la edición y la literatura. Es piola, parece confundido e incomprendido, pero es sano, no se deprime, se ríe y hace lo que le gusta. La Nati es alta, delgada, elegante e inteligente. Hace un tiempo estuve a punto de presentarle mis respetos, pero me enteré de que estaba casada.
Empezamos bien. Emilio me atacó de una, eso sí. Muy crítico, desestimando mis propuestas. Pero me lo gané con calma. Cuando cachó que sabía de metodología, accedió y llegamos a consensuar. Ahí sentí que habíamos empezado un buen trabajo. Algo estaba claro entre los tres. Aquí todos hablan de interculturalidad, pero nadie sabe qué es ni cómo definirla. Es una palabra que pretende identificar a la región, que ha ido creciendo en el tiempo como concepto y sentido, pero que carece de evidencias. Ahí está el tema, entender qué significa que esto sea intercultural y cómo se manifiesta.
Me gusta la visión de la Nati. El lenguaje es casi como dios o como los hongos. Es la base primaria, el origen, el punto de partida de cualquier realidad. Nos ha costado. Los tiempos son lentos, no se cumplen los plazos y bajan los montos presupuestados. La tarea se torna difícil y subsiste por la voluntad y el amor, asumo, que uno le tiene a este trabajo. Tenemos un buen equipo, eso sí, trabajan también tres estudiantes, una tesista y dos de último año.
Salimos desde IQQ a SCL en avión. Dos horas de un viaje que parece rutina. México está para el otro lado, en todo caso, pero somos un provincia marginal, sin pertinencia ni sentido de poder. Esperamos poco, el vuelo internacional salió rápido. Sin duda mejora el nivel del servicio. A uno como que le aflora cierta personalidad global. Nati y Emilio se fueron juntos, menos mal. Yo quedé solo. Subió Monserrat, una estudiante mexicana que hacía una estancia en la chile. Le ofrecí mi ayuda. Aceptó. Traía el bolso con zapatos y ropa colgando, las había sacado en el embarque para no pagar de más. Guapa, pendeja, pero con vida, muy linda. Obvio, no le gusté para nada, pero mi atención le dio la dosis de ego que necesitaba. Así que empezó a reír y nos pusimos a conversar. El avión aún no despegaba. Sentí que respiraba.
La Monse habló hasta por los codos. No se callaba. Parecía venezolana. Se reía de todo. Le había encantado Chile. Estuvo seis meses. Conoció entre Toconao y la Carretera Austral. La emocionó que en la universidad los profes supieran su nombre. –En la UNAM eso nunca pasaría, entran tantos que solo importan los datos del sistema –dijo. Ella es ingeniera. Le gustan los sismos. Es su área. Vino a Chile porque –qué mejor lugar para estudiar algo así. Tanto ellos como nosotros sabemos de terremotos. Quedó encantada. Los adelantos en medición, los estudios de costa, la formación de personas, la cultura sísmica chilena, una especie de identidad. Le creo, demás que sí, por qué no. Finalmente la geografía es determinante en las personas.
Dijo que aquí las clases son más teóricas y que el examen tarda mucho, que se acumula mucha materia. En México la teoría va con una práctica inmediata y hay varias evaluaciones en el proceso. Genial hablar con ella. Me atrajo. No tuve ni tiempo para cagarla. Flui tanto como ella. Me olvidé de la fantasía de tirar en el baño y lo pasé genial.
Hablamos de virtudes y defectos de cada nación, de las personas. Obvio, ambos con la mayor simpatía y parsimonia. Se notaba que somos pesados. O sea, su ojos, su determinación, su rostro seguro acompañando cada palabra que emite. Debía ser tan densa como yo en muchos aspectos. Conoció a la Nati y Emilio, todo bien. Ser cordial y conversar no significa nada más que eso. Hablar porque podemos hacerlo, porque tenemos cómo. Gustarse un poco y luego soltarse para seguir cada quien con su vida y, casi siempre, no verse nunca más.
Tenía una linda sonrisa, la boca ancha, la nariz larga. Ojos grandes y expresivos, pintados sin exagerar. Rubia, ni tan alta, de pelo liso, largo. Medio cuica, pero nunca aristócrata. Era progre y liberal. Quiere más en su vida. Tiene pareja, pero recalca que ella es una sola persona. El novio la visitó una vez en Santiago. Ella le confesó que salió con otros tipos. No hubo problema. Vestía de jeans, polerón abierto y una blusa escotada. Tenía una pequeña cadena con su nombre (¿muy normal?). Se reía todo el rato del hola buenasss, de los chilenos. –Ese buenasss arrastrado –decía. Me recomendó Coyoacán, el Café Jarocho y el centro. Ella vive ahí. Quedamos de juntarnos. Nunca pasaría.
De noche, cenando, puse la última de Batman, la de Matt Reeves (2022), con Pattinson como Bruce. Le encantó. Comimos rico. La película es oscura y roja, de color rojo (no sé cómo explicar eso). Gira en un contexto urbano lúgubre, denso, tenso, frío y solitario, la peor de las Góticas tal vez, quizás la más depresiva. Es buena, a mí me gustó. De haber tenido quince me habría golpeado, sería una obsesión. Ahora la encuentro una visión más de Batman bien hecha, diferente y claramente basada en las historietas. No perfecta como las de Nolan (2005, 2008, 2012) o genial como las de Burton (1989, 1992), pero es una en sí misma, tiene postura y un universo particular. Muestra un Bruce destruido, psicótico y realista. Tecnologías toscas, funcionales. Una atmósfera gris, húmeda, decadente, peligrosa. Me recordó Sin City (2005). Se hace cargo de la historia (de hecho, profundiza en las familias y la ciudad) a la vez que de la acción, la épica y el sensacionalismo. Perfecta para verla con una mujer y luego hablar de soledad, sexo y existencialismo.
La Monse se durmió en mi hombro. Al rato cruzamos los brazos para estar más cerca y nos tapamos. Nada más, nada menos. Olía maravilloso.
2
Todo siempre estuvo bien. Llegamos temprano y nos quedamos en un depa en Coyoacán. Según nosotros, cerca de la UNAM. Nunca más errado. El piso era lindo, grande, piola. Cada quien en su pieza, un baño para la Nati y el otro compartido. Buena vista, piscina temperada, sauna y gimnasio. Yo que andaba con la lesión de espalda, aproveché de nadar. Nos costó ubicarnos y cambiar dinero. Tomó un día entero ubicarnos entre el lugar y la universidad. Tan grande, la cagó; inmensa, gigante. Yo habito/vivo en algo así como esa universidad. Bello todo, nada qué decir.
En ese contexto y a lo que íbamos, todo estaba genial, la raja, buen nivel, buena experiencia. Un complejo de conocimiento y sociedad construido en la historia por culturas espectaculares. Uno ahí siente, asume, una historia más densa y más grande. Una potencia del subdesarrollo. Mucho más que Chile. Tal vez algo como Brasil, no sé. No un país híbrido como el nuestro, sino una nación con base en una gran cultura, mezcla de una riqueza ancestral, como Perú, como asumo son las naciones con identidad. Había un Banco Azteca, por ejemplo, y no imagino uno Aymara, que por lo demás sería un éxito total.
El congreso –a lo que fuimos- tuvo las condiciones de un evento tradicional, latinoamericano, grande, viejo, en decadencia y en franca distancia generacional. Una organización de personas mayores para personas mayores. Una apología al adultocentrismo dirían Duarte o Zarzuri. Al menos así se sintió. Sin frescura, sin juventud, sin visión de presente o futuro. Tal vez un presente estudiado, pero gastado y sin proyección. Nada seductor, todo un pesimismo sin sueños. Eché de menos la crítica, la discusión apasionada, la militancia de la mano con la metodología. Lindos discursos, grandes charlas magistrales, cómo no, claro que sí. Profesionales de las ciencias sociales y sus investigaciones sobre el continente. Sin embargo, sin fuerza, sin rebeldía, desfachatez, estética, actualidad, personalidad o sed de cambio. Más bien mucho lamento, denuncia, sacrificio e idealismo político. Mala organización, además. Pésima orientación para el turismo académico.
El grupo y la mesa estuvieron buenos. Varios países, realidades y problemas de investigación. Una sobre migrantes que aprenden tango en Córdoba, otra sobre radios comunitarias de extranjeros en la selva boliviana, otra sobre modismos mexicanos y su posición en el currículum nacional. Una en particular fue grata, aunque medio hippie. Trataba sobre bandas de músicos migrantes con instrumentos propios de sus países. Era serio el estudio. Usaban los ensayos y las presentaciones como ejercicio político y activismo urbano. Era todo un proyecto. Tenían cinco agrupaciones entre Uruguay, Paraguay y Argentina. Lo encontré genial. Era una red como de quinientas personas.
La ficción ha definido bien a México. Es tal cual como gringos y europeos imaginan Latinoamérica. O sea, es como uno leyó, observó y escuchó en libros, películas y series sobre los mexicanos. La paciencia de los zapatistas, la opulencia narco, la abundancia de cultura, la lentitud de los diálogos, el tráfico horrible, los mariachis, la comida. Da gusto estar acá. Estimula. No sorprende, pero cautiva. No se camina en un choque de culturas, sino en una que creció con la mezcla. Es como Cuzco devenido en la nación peruana, luego de la conquista y la modernidad. Pese a ser tan grande, es ordenado y formal. Lo ilegal es legal, como en Valparaíso. Es cartucho como Quito (me carga), pero espontáneo y trasparente. Tiene un equilibrio entre estructural, desigual y globalizado. Es chato, pero poderoso. Se respira bonanza antigua, una historia imperial y una actualidad miserable, como todos acá en el continente.
Teotihuacán es extraño. Es magno, pero a la vez cotidiano. Es como ir de viaje a una cultura lejana, pero a una hora de la ciudad. No se entiende tanta normalidad. No puede ser tan corriente, tan habitual, tan cercano. Pero lo es. Y es, a la vez, muy antiguo y descomunal. Es una potencia, una supremacía, otro Estado, otra manifestación. El tour es tan simple y aprendido, pero estar ahí, perderse y conectar ha de ser una experiencia seria, una transformación de la vida. Algo como relata Castaneda (Las enseñanzas de don Juan). Otra historia, otra civilización. Claramente no es lo que hicimos, pero la visita valió la imaginación. Ver pirámides, una ciudadela, una urbe milenaria tan evidente, fue al final alucinante. No lo fue comer chapulines o la irritante imitación de los jaguares, pero es lo que hay. Así es el recorrido, el turismo que se populariza y funa, como Machu-Picchu, El Elqui o San Pedro de Atacama. Una no-experiencia, una vivencia parcial, la porción de cosmovisión en vitrina, pagar para visitar tu barrio, no caminar como ciudadano o vecino.
Es tan difícil y necesario estudiar el conocimiento de acá como lo hacemos con la ciencia y occidente. Digo, para saber qué onda los de este hemisferio. Para dar significado al caos sincrético y exótico que somos. Tiene hasta sentido. Qué potente la educación, la mierda de currículum latinoamericano que ha crecido. Ni indígenas ni occidentales. Ni chamanes ni científicos. Una cosa inconclusa, servil y mal educada. Los obreros de la cadena extractiva. Un desarraigo total, como base o partida. No somos la vanguardia saudí o europea, pero tampoco seres que viven en los árboles. No tenemos industria ni investigación, pero sí teléfonos y autos comprados. Pienso en McOndo, por ejemplo, pero crítico y más punk.
La mesa se llenó el tercer día. Se juntaron ponencias. Al entrar me clavé en una mujer alta, grande, de pelo largo, negro, ondulado. Bonita, sin discusión. Vestía de blusa gris, jeans rajados y plataformas. Jugaba con su pelo, con su mirada. Conectamos. Tenía una bella sonrisa. Era mexicana y estaba con su grupo de postgrado, una lesbiana y un gay. Estudiaban algo así como la estética chicana en la moda actual de jóvenes francesas de clase alta. ¿? De verdad que era eso. Puse atención. La hipótesis versaba sobre la reproducción de la identidad pandillera fronteriza en artistas emergentes y jovencitas parisinas. Algo que, claramente, solo a este grupo le podía interesar. Quién investiga algo como eso –digo yo. Bueno, ellos. Era bueno el estudio, o sea, riguroso, válido, coherente. Un trabajo de campo que incluía a San Diego y París, la raja. Además, ella exponía de forma espectacular. Nos tomamos un café en el brake.
Diana es publicista y cursa un postgrado en antropología. Es de Guadalajara. Conoce muchos países. No tiene problemas de personalidad ni carácter. Pareciera que nunca ha llorado. Es hermosa, simpática y segura. Mira como si te analizara y se ríe de tus defectos. Encanta y te humilla. Seduce y aplasta. No tiene nada de cuica, de hecho tiene calle, pero proviene de una gran familia tapatía. Es fotógrafa, yogui y ciclista. A sus amigos los conoció en el doctorado y no tiene claridad de qué hacer con su vida. Por eso estudia y viaja. Yo la escuchaba medio embobado. Me sentía como afortunado, atontado con su temple y su voz ronca. Dijo que yo no me parecía en nada a las personas que conoce (viniendo de ella no sé si era bueno), que le gustó la ponencia y mi forma de hablar. Hizo buenas preguntas. Intercambiamos fotos de mascotas, me dio su WhatsApp y quedamos de juntarnos en la fiesta de despedida. Feliz.
3
El grupo era moderado por tres mujeres. Estamos en la época de las mujeres. Una boliviana, otra colombiana y la directora, una mexicana. Las tres grandes académicas a juzgar por el currículum. Se agradece lo amable que fueron. Dejaron que todos presentaran, incluso aquellos que no pudieron pagar. Se manifestaron a favor de los estudiantes excluidos de este congreso. Pidieron espacio para todos y advirtieron de una debacle en las ciencias sociales si seguimos segmentando. Hubo debate, algunas miradas extrañas, pero nadie tuvo un mejor argumento. Las profes se lucieron. Parecían un grupo de amigas creídas, determinadas y liberales. Notable.
Me quedé una tarde trabajando en el break. Ellas mientras preparaban el próximo bloque. Hablaron de sus vidas. No pude evitar oír. De hecho quise hacerlo. Uno en esta área, con el tiempo, se pone sapo. Eran dos separadas y una soltera. Una hetero y dos bi. Inteligentes, entretenidas. Las tres doctoras e investigadoras de universidades latinoamericanas. El tema eran sus parejas (no quiero decir que parece obvio, pero lo pienso igual). Es el tema de todos, ¿o no? No convivían con ellos. Dos vivían solas y una con su hijo. De los susodichos, dos están fuera de la academia, el otro es profesor de postgrado. Amaban vivir solas. Por supuesto, lo supieron después de convivir. Enamoradas ellas, pero no dependientes. Una vivía a cinco casas del galán. En la misma cuadra. Decisión compartida impulsada por ella –aclara.
–De dónde eres –preguntaron. Me presenté y solo atiné a decir que estaba de acuerdo con lo que hablaban (como si importara) y me disculpé por escucharlas. No tuvieron problema. Pregunté cómo era vivir a cinco casas de la pareja. –Pues un relajo –dijo la aludida. Convivió siete años. Cada vez que peleaban, él se iba y después volvía. Una día ella le dijo que no volviera, pero que se quedara cerca. Ahora no pelean, se visitan y, a veces, alguno de los dos se queda. –Nada como tu espacio –aseguró. Asentimos.
Las tres estaban molestas con el congreso, con la organización. Eran críticas. Brígidas, dirían en Chile. Para ellas la asociación era un antro de pinches viejos. Ningún grupo se llenó, algunas mesas no funcionaron. Hubo charlas sin público, solo transmisión. Costó un mundo ubicarse. No había orientadores, tampoco un plano de la universidad. Lo peor, la inscripción. Aceptaron ponencias que luego no pagaron y no las borraron del programa. Mal. Mucha confusión. La directora se disculpaba con todos. Había reclamos, pero lo supo manejar. Fue pragmática, dejó exponer a todos. Hubo buenas presentaciones. Puras buenas ideas y más democracia.
El cierre tuvo lugar en un gran salón. Un aula magna, pero de verdad. Un espacio enorme e impecable. La mejor acústica, el mejor estrado, butacas nuevas, un escenario profundo. Era como un teatro. Se veía bonito y olía bien. Ahí estaba la plana mayor de pensadores latinoamericanos. Postdoctores, decanos, investigadores seniors, profesores titulares, baby doctors, eminencias, premios nacionales. Una camada de neuronas y egos. Todos muy casuales y relajados. Predominaban el lino y el blanco. Harta chala. Parecían de vacaciones, pero con trabajo. Había autoridades, artistas y el ex vicepresidente de una nación. Ninguno pobre. Todos poseedores de la verdad y la razón. Había público. Entre ellos, yo.
Este cierre, aparte de eso, era la celebración del cumpleaños número cien de uno de los fundadores de la asociación. Cien, sí, cien años. Un centenario. Una persona centenaria. Un veterano. Un adulto mayor casi momificado. Un humano respirando luego de un siglo de participación. Lo hallé fenomenal. Uno a uno fueron subiendo al escenario cinco grandes discípulos del señor en cuestión. Orgullosos ellos de él y de su trabajo. Cada quien dijo lo suyo en torno al viejo. Celebraron su trayectoria, su productividad, sus logros y su legado. Resultaba emocionante. Este señor era (es) toda una estrella en un país lleno de cultura y ciencia social. Algo no menor, digo yo. Algunas mujeres miraban con suspicacia.
Al terminar las presentaciones todos asumimos el cierre del evento, pero no. El tipo de los cien años pidió hablar. Movió tímidamente su mano. Era como un títere. Parecía ser el último movimiento de su vida. Algunos de asustaron, pensaron que algo le estaba pasando. Sin embargo, todo bien. Él quería decir algo, expresarse, nada más. Se le cedió la palabra, se le acercó un micrófono y el auditorio enmudeció. Fue un speech notable, un entramando de sabiduría, experiencia y lucidez. Emilio, que estaba presente, se emocionó. Dijo que él a esa edad estaría conectado a una máquina y meando por una sonda. Me reí mucho. Le encontré razón. Quién en sus cien años puede pensar tan bien y tan claro, más encima exponerlo en un salón repleto. Creo que solo este señor podía hacerlo. Es la maravilla de estudiar y desarrollar el cerebro. Eso de ser inteligente incluso hasta el final. Había un par de señoras llorando, sus nietas, creo yo.
El veterano hizo referencia a la actualidad. Conectó la guerra entre Ucrania y Rusia con la caída del sistema financiero. Predijo la imposición del yuan (renminbi) y del rublo. Señaló la decadencia de occidente, de la ONU, la OTAN y la CEPAL. Citó las epistemologías del sur como la salvación del mundo. Aludía a que Latinoamérica terminaría por enseñar a vivir a Europa, que África sería un resguardo para la humanidad y un repositorio de la naturaleza. Pidió hacer un giro social hacia las ciudades intermedias, sacar provecho y productividad a los longevos como él, proteger de una vez por todas el medio ambiente y dar continuidad a la reivindicación de la mujer. Dijo que el futuro estaba en los niños, los indígenas y la inteligencia artificial. Que ojo con la nanotecnología, el 5G y con la impresión digital. Criticó el currículum mexicano y promulgó la eliminación de la educación privada. Seco el viejo, la cagó. Sacó aplausos, una ovación, en rigor.
Vino el cierre, la presentación de una artista y la fiesta de despedida. Yo le escribí a Diana. Qué país tan grande –pensé. Tantas cosas por hacer.