Problemas cotidianos
Mi ego y estima subieron. Mi seguridad también. A mi padre le sorprendió que ya no hablara tanto como cuando pequeño. Algo le pasó a tu personalidad –decía. Pero estaba bien. Me sentía bien. Jugaba basquetbol, hándbol y futbol, tenía polola y una mascota. Tenía buenas notas y cierta dosis de popularidad. El drama era mi contextura. Siempre fui delgado. Flaco, en realidad. Pero ahora que estaba mayor aquello comenzaba a ser una desventaja. Reconozco que un par de veces –varias veces- por esa razón, no me bañé en la playa y me quedé con polera. Aun con eso, comencé a ser una persona libre. A tener menos vergüenzas. Cimenté mi interés por el lenguaje y la lectura, paralelo a mi animadversión por las matemáticas. Mis compañeros hablaban inglés y yo ponía atención. Mi padre me salvó. Sin duda. Y asumo que yo también aporté algo en su vida. Ahora bien, sí teníamos un problema, un problema cotidiano: el aseo de nuestra casa.